El ser original
- Francisla Marós

- 5 ago 2022
- 2 Min. de lectura

Hace unos días, charlando con una artista que quiero mucho, surgió la idea del ¨ser original¨. ¿Cómo acercarnos al ¨ser original¨? Sí, ya sé, suena a pregunta existencial, pero a mí me encantan las preguntas existenciales. Un interrogante que presupone la idea de que llegamos hasta acá para hacer algo en especial. Una pregunta que carece de respuesta, al menos a la que podamos acceder con algún grado de certeza, pero que es válida en tanto habilita la búsqueda.
Y, tal vez, este tipo de duda carezca para muchos de alguna importancia, pero es bastante frecuente, por no decir constante, en los que andamos la mayor parte del tiempo sintiéndonos un poco perdidos. Desorientados. Como si hubiéramos llegado a este mundo con la brújula averiada y eso nos obligara a cambiar el rumbo en demasiadas ocasiones. Y es que perdemos el norte con facilidad. Nos vemos entonces en la necesidad de agarrarnos de algo, cualquier cosa a la que sostenernos. Habrá quien se aferre a la religión, un gurú, una técnica de respiración que nos permita situarnos en el momento presente, o una serie de posturas incómodas que requiera de la suficiente concentración como para que nos olvidemos del movimiento del mundo, por lo menos un rato. Otros, nos sujetamos gracias al arte. Todos métodos válidos, seguramente existe uno para cada quién. Basta con que nos aleje del sinsentido, de la fatalidad que conlleva estar parados en este plano girando en espiral. De algún modo nos vemos forzados a rehuirle al vértigo que supone una existencia sin propósito. Somos inconformistas. Nos vemos imposibilitados de aceptar que la vida se limita a un hecho puramente biológico donde la única opción es dejarse ir, o en el mejor de los casos dejarse llevar. Nos habita una suerte de resistencia. Una negativa profunda que nos aleja de la idea de resignación. Nos empeñamos entonces en procesos de autoconocimiento guiados por una voz interior, un murmullo apenas detectable que nos invita a buscar. Y tal vez solo de eso se trate la cosa, de buscar, como si estuviéramos inmersos en una suerte de laberinto de espejos. Tal vez el más complicado de los laberintos, porque no solo andamos perdidos en el intento de encontrar salidas, sino que, además, nos vemos obligados a darnos la cabeza contra nuestra propia existencia una y otra vez.
Una y otra vez.
Y quizás, si tenemos un poco de suerte, logremos despabilar. Poner las manos por delante, como quien toma distancia, solo para ahorrarnos algún que otro chichón en la frente, y amigarnos, de una vez por todas, con la idea de que no somos más que la sumatoria imperfecta que nos devuelve nuestro reflejo. Que, por más que le demos vueltas, lo único que somos capaces de ver es nuestra propia figura replicada infinidad de veces. El ¨YO¨ desperdigado, sin remedio. Apenas un holograma de nosotros mismos, que aparece velado por el cristal opalino a través del cual se nos permite, cada tanto, espiar el mundo.



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